XXVI SUBIDA A ALCAPARAÍN
Ayer teníamos una nueva cita con la sierra de Alcaparain y a esta convocatoria no fueron muchos los que respondieron, unos por causas justificadas y otros vaya usted a saber, pero lo que si es evidente que todos los que participamos en esta actividad a parte de echar un buen rato, al final nos queda una grata satisfacción, que agradecen tanto el cuerpo cómo el alma.
Relativamente fácil, llegar a la cumbre del Tajo Canana, porque nuestros amigos amantes del senderismo, aunque a otro nivel mucho más exigente, del grupo que encabeza José Múñoz Florido, han tenido el detalle de señalizar con montoncitos el sendero más cómodo, que evita el ir dando saltos cómo las cabras, entre piedras y arbustos de coscojas y otras plantas del monte bajo.
A las once menos cinco de la mañana, ya estábamos en lo alto. La vez que se ha subido más pronto, y también la que se ha andado menos, todo hay que decirlo. El cielo, entre nubes y claros, no nos permitió tomar imágenes nítidas del entorno, que no por tantas veces contempladas, dejan de ser espectaculares.
El viento en la cumbre soplaba fuerte y venía frío, y allí medio respaldados nos comimos el refrigerio, nos refrescamos, aún más, y cumplimos con el viejo ritual. Firmando el cartel de esta edición, para guardarlo en el tarro junto a los de otros años y volver a depositarlo en una raja cubierto de piedras, para preservarlo de las inclemencias del tiempo, hasta que volvamos a descubrirlo el próximo año, mientras el cuerpo aguante.
La foto para la posteridad del grupo de intrépidos montañeros, y vuelta sobre los pasos andados. En total fueron algo más de 5 kilómetros de recorrido, y a las dos cada uno en su casa almorzando. Un paseo y todos intactos. Alcaparaín aún no ha devorado a nadie. Y es que la mayor barrera siempre es la mental. Morada de nuestros miedos y fantasmas, pero también residencia de nuestra fortaleza.
Crónica y fotos: Juan Duarte Berrocal.
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