A
los viajes hay que dejarlos reposar, como al arroz, para paladear todo su sabor. El viaje a Sevilla ha estado
repleto de información, de imágenes, de anécdotas, de sabores, de andanzas…
Solo varios días más tarde está una preparada para decir: “ha merecido la pena,
lo volvería a hacer”.
Ya querían quebrar albores los
gallos cuando partimos 47 personas de la
consabida esquina de Los Herreros rumbo al amanecer. En dos horas habíamos
llegado a nuestro destino, con una mañana de temperatura agradable, que se
mantuvo a lo largo de todo el día. (Primer punto a nuestro favor).
Frente al Palacio de San Telmo,
residencia de los duques de Montpesieur (los padres de la famosa Mª de las
Mercedes, breve esposa del rey Alfonso XII) nos encontramos con nuestros amigos
y anfitriones Manolo y Dolores, que nos fueron guiando hacia los Reales
Alcázares mientras nos comentaban los diversos edificios y calles por donde
pasábamos, dígase el Archivo de Indias, el Hotel Alfonso XIII, la Capilla de
Ntra. Sra. de María de Jesús, la primera capilla de la Universidad.
Allí nos esperaba Rocío, una simpática guía que nos
explicó con multitud de detalles los elementos arquitectónicos del palacio
mudéjar, construido por orden de Pedro I, el Cruel y completado con estilo
renacentista más adelante. En él
asistimos a través de las palabras de Rocío a bodas, banquetes, recepción de
embajadores, nacimientos, baños y conocimos a artesanos de tapices con ganas de
cachondeo cuando España era el centro
del mundo.
En la entrada nos llamó la atención el friso de la
portada decorado con azulejos blancos y azules donde, quien lo sepa, puede leer
cuatro veces “Alá es el único vencedor”. En la sala de la Justicia, una fuente
en el suelo deja transcurrir mansamente su agua hacia el estanque del patio
donde se refleja la única pared del palacio del Yeso (almohade) que quedó
destruido por un terremoto.
Pasamos a un sorprendente patio alicatado donde ya pudimos comprobar los dos estilos:
mudéjar en la planta baja y renacentista en la superior. En ella destacan los
medallones con el perfil de Carlos I e Isabel de Portugal, la dama que pasaba
por ser la mujer más hermosa de su tiempo por encarnar el prototipo de la
belleza renacentista. Fue allí donde se casaron los Reyes, de ahí que se les
represente mirándose con ojos enamorados.
La Sala de Embajadores presenta como curiosidad las
enormes puertas decoradas y las más pequeñas abiertas en ellas, para hacer
doblegar la cabeza a los embajadores díscolos.
La decoración y disposición del techo representa el cielo, el suelo la
tierra y don Pedro el centro del universo, pues se supone que se sentaría en
medio del salón.
En el Patio de las Muñecas, por las caritas labradas
en los arcos, vimos las muestras de lo que es la historia: columnas romanas
procedentes de Itálica, que hicieron un viaje a Medina Azahara para volver a
suelo bético para un palacio cristiano.
Estuvimos admirando la alcoba donde nació el príncipe
Juan, hijo de los Reyes Católicos y otras salas donde se nos destacó el
decorado con escenas de cetrerías y pavos reales.
Al salir al llamado Jardín inglés nos llamó la
atención una galería de paseo de estilo grutesco (siglo XVII), en lo que era la
antigua muralla defensiva del palacio. Se trata de incrustaciones de piedra
parecida a las de las grutas, de ahí su nombre y su efecto barroco y salvaje.
Nos enteramos de que una tal Mª de Padillas, amante de
Pedro I, se bañaba en unos baños que después fueron cubiertos con bóvedas de
crucero. El efecto que hacen al reflejarse en el agua como un espejo es alucinante,
no se sabe cual es el reflejo y cual lo reflejado. Al fondo, de nuevo, el
grutesco. ¡Qué suerte la de María, de poder disfrutar de un baño en ese entorno!
Y como curiosidad, también estuvimos en el lugar donde
se celebró el banquete de bodas del emperador Carlos I, perteneciente al
palacio gótico, anterior al mudéjar. De admirar es la cerámica de los zócalos,
del Renacimiento. En el Salón de tapices penden las copias del siglo XVIII de los originales donde se
conmemora la conquista de Túnez.
El siguiente edificio que visitamos fue la catedral,
construida sobre la mezquita de la ciudad, como era habitual en la época. Una
obra admirable, el tercer templo cristiano más grande de la cristiandad, que te
deja sin palabras, solo hay que verlo de arriba abajo y dar gracias a Dios por
tenerlo tan cerca. Únicamente anotaré algunos detalles que me llamaron mucho la
atención: los 117 sitiales de la sillería del coro; el mausoleo con los cien
gramos de Cristóbal Colón (¡oh vanidad de vanidades!); el pendón de Fernando
III que ondeó sobre la Giralda (antiguo minarete de la mezquita) cuando
conquistó Sevilla; las magníficas pinturas de Murillo, concretamente la Visión
de San Antonio, en la capilla bautismal, lienzo que fue recortado e hizo un
viaje a Nueva York para ser vendido a un anticuario pero que fue devuelto y
restituido a su sitio, y las de la Sala Capitular; Nuestra Sra. de la Antigua,
ocupando el lugar reservado en la mezquita al Corán.
Como contraste la pequeña pero intensa Iglesia del
Salvador, una joyita del barroco.
A estas horas estábamos ya hambrientos de comida pues
de cultura íbamos repletos. Manolo nos indicó varios sitios donde saciarnos y
la verdad que estuvo muy acertado: sabores excelentes los de la cocina
sevillana. La parada en las confiterías La Campana y San Pablo era de rigor. Ya
con las fuerzas repuestas partimos para dar un largo paseo hacia la Plaza de
Toros, la Real Maestranza, y siguiendo la margen del río acercarnos a la torre
del Oro, que con su peculiar nombre alimenta todo tipo de leyendas. A estas
alturas, los benjamines de Harca, Sara y Julio Juan, estaban echándose una
siesta en sus carritos. Atravesamos los jardines que constituyen el pulmón de
Sevilla, el Parque de Mª Luisa, lo que fue la zona de caza de la realeza, para
desembocar en la Plaza de España, tan original en su trazado semicircular (una
víctima más de los presupuestos mal calculados), construida para la Expo del
29. ¿Dónde nos paramos todos los ardaleños? Ante el mapa de Málaga porque en él
aparece nuestro pueblo. A continuación la Plaza de América, rodeada del
pabellón de caza, el Museo de artes y costumbres populares, el Museo de arte
contemporáneo y el arqueológico.
Con la tarde en pleno apogeo de luz y color, con ese
vientecillo suave del sur, partimos de regreso. El cuerpo cansado, el espíritu
satisfecho, nuestra cultura ampliada y los lazos de amistad y buen
entendimiento renovados.
Durante el viaje fui tomando notas de todo lo que
veíamos y con ellas he elaborado esta crónica que no pretende ser una guía turística,
por lo que puede que contenga algunas inexactitudes. Disculpadlas. De lo que
estoy segura es de que pasamos un día memorable.
Crónica:
Mª Isabel Duarte Berrocal
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