miércoles, 9 de abril de 2008

XVI Subida a Alcaparaín

Como estaba previsto, el pasado domingo 6 de abril tuvo lugar la decimosexta subida a Alcaparaín. Es la primera que organiza Harca como asociación legalizada.

El día se presentó despejado y con una temperatura muy agradable, propia para la práctica del senderismo.

Este año acudieron a la cita 58 personas, uniéndose a los ardaleños gentes de distinta procedencia provincial, así como dos ingleses afincados en Ardales, que repetían por segunda vez.

Tras la foto oficial de la Esquina de los Herreros, partimos aproximadamente sobre las 9:30 de la mañana. Al principio, comenzó subiendo el grupo de manera compacta, sin producirse excesivas distancias entre los que iban en cabeza y los que cerraban la marcha.


Al llegar al Arroyo del Conejo hicimos un alto para proceder al primero de los rituales, que con el paso de los tiempos hemos consolidado como "el bautismo de los que suben a Alcaparaín por vez primera". Paco Ortiz, como de costumbre, ofició imponiéndoles los nuevos nombres que tendrían durante la travesía, mientras los rociaba con las cristalinas aguas del arroyo. Tras esto, los neófitos pasaban por el arco, que con los palos formábamos Salvador Ortiz y yo. Según Francisco Ortiz, una tontería que se veía obligado a repetir todos los años, auspiciada por otros más tontos que él.
El ambiente festivo de la ceremonia propició que las primeras pendientes se tomaran con gran sentido del humor. Más tarde, se hizo la segunda parada en la casa en ruinas del camino, lugar habitual para comer algo y tomar aire para poder afrontar con fuerzas las duras rampas que teníamos por delante. Más fotos, y pequeña charla del maestro D. Francisco sobre la procedencia de los nombres topónimos de los lugares por donde íbamos pasando.


El ascenso del "zig-zag" acabó por dispersar a los senderistas, formándose distintos grupos que, como serpiente multicolor, serpenteaba en pos de la cima. Aquí cada cual se impuso su propio ritmo.


Al final, Los Llanos y el Pico de la cabrilla, ya sin camino, sin veredas, sobre piedras y entre el matorral. El paisaje inmenso, abajo Ardales y los demás pueblos de la comarca, que se divisaban a vista de pájaro; aunque este año, algo difuminados por las brumas.


Por fin, hora del almuerzo y del descanso, del vídeo y de la fotografía, de las charla distendida y de las anécdotas, de contar las vicisitudes del camino, y del último ritual: el cartel anunciador de la subida, tras ser firmado por todos los que habían conseguido coronar la cima, es guardado en un bote de cristal con los de dos años anteriores y depositado sabiamente entre medio de éstos, para ser de nuevo abierto la primavera siguiente.


A las tres de la tarde comienza el regreso por la majestuosa cañada de la Búha, con parada en la casa del Guarda-marina, para terminar haciendo el mismo trayecto del principio, la torre, el camino del Calvario y Ardales.


Cansados, pero con la satisfacción inmensa de haber alcanzado la meta un año más, y con la ilusión intacta por repetir de nuevo, cuando vuelvan a lucir los idus de abril.

Texto: Juan Duarte
Fotografías: Miguel Ángel Anaya

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