miércoles, 13 de abril de 2011

XIX SUBIDA A ALCAPARAIN- (Cronica de una novata.)



Se me encarga la labor de realizar una crónica de la XIX Subida a Alcaparain. Poco más puedo hacer que explicar mis impresiones de tan singular aventura desde mi ignorancia del entorno que me rodea, ruego, pues disculpen los lectores las posibles imprecisiones en cuanto a los nombres de los lugares.


Comenzamos la andadura desde el ya clásico punto de encuentro de la Esquina de los Herreros a las 9 de la mañana. Los ánimos de los numerosos congregados estaban en auge y todos los andantes aguardaban para partir, pertrechados, en condiciones óptimas para la ocasión. Partimos sin dilación, no sin antes pasar por el trance de firmar, nuestra sentencia por la cual si naufragábamos por el camino seríamos pasto de los buitres.
Hicimos nuestra primera parada en el Arroyo del Conejo, en la cual fuimos bautizados los primerizos en esta hazaña de coronar el Acaparain.
Pronto el calor y la marcha veloz que llevábamos hicieron mella en los participantes, ocasionando, antes del "camino del zigzag" la baja de dos compañeras que decidieron regresar, quizás con la esperanza de acometer esta empresa en otra ocasión más propicia. No obstante, la dispersión del grupo, los más rezagados disfrutáramos del camino, observando y nombrando las plantas conocidas y charlando distendidamente.


Cuando ya termino el sendero, temimos otra baja, que al final no se produjo, pues un asistente de 66 años muy bien llevados, tuvo un mareo considerable, pero gracias a la solidaridad y apoyo del resto de compañeros, que le asistieron, hizo fuerzas de flaqueza y culminó la cima. La subida fue ardua (y digo Subida con mayúsculas para darle la categoría qué se merece), pero no por ello menos hermosa.

Las vistas desde el Tajo de la Cabrilla son memorables e impresionantes, y la sensación de libertad y paza contagió a todos, ya reunidos por fin en la cima, de alegría y celebración por haber superado otro año más el reto, que en esta ocasión se vio fuertemente endurecido por las condiciones climáticas.






Destacar que en la cima, el "abuelo mareado" disfrutó de un masaje profesional por parte de Manolo, que lo dejó hecho un chaval, con semejante asistencia da gusto marearse... Después de un almuerzo reconfortante y de estampar nuestra impresión en el "Cofre del Tiempo" los asistentes, comenzamos el descenso con fuerzas renovadas.
Cuando yo ya pensaba que todo el monte era orégano, y que la bajada seria coser y cantar, me dí con la realidad que orégano precisamente no había, sino "arbulagas" (aulagas) y matas espinosas en un camino de cabras donde a duras penas podíamos poner los pies sin clavarnos de todo por todo el cuerpo. Aun así mereció la pena, y una vez más la cooperación de los compañeros hicieron este trance más llevadero. Paramos a descansar al abrigo de la Cañada de la Búha, y admiramos maravillados los dientes de la vieja, (que menudos dientes más picudos e impresionantes tenía), escuchando de fondo los molinos de viento que rompían el silencio como aspas.
En ese lugar, y con aquellas vistas tan espectaculares tanto yo como mis compañeros nos sentimos felices y satisfechos de haber venido y aumentó en nosotros el deseo de volver el próximo año.


Debo decir, que me habían pintado la Subida como más escabrosa y complicada y sobre todo, que me habían insistido en las agujetas y dolores varios del día siguiente como heridas de guerra, sólo me quedan los hombros quemados por no haberme puesto protección solar y una sensación estupenda en mi interior de haber subido por primera vez la cima de Alcaparain. En mi memoria perdurará durante bastante tiempo la visión imponente del paisaje, los olores de la primavera y las flores, y la compañía inestimable de los peregrinos de Harca.
Crónica: Monserrat Perea Diaz
Fotos: Manolo Cañete, Juan Duarte y Alfonso Martinez.

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