
Cuenta la leyenda que Abderramán III mandó construir a las afueras de Córdoba una ciudad digna de su poder, y reflejo de su imperio. Tenia el Califa, entre su harén, una favorita, cuya belleza y elegancia destacaba sobre las demás concubinas, de nombre Azahara. Abderramán III la amaba profundamente y era sus deseo verla feliz. Como muestra de su amor y devoción por ella, bautizó a la nueva urbe con el nombre de Medina Azahara, en homenaje a su bella amante. Una tarde, desde el balcón de palacio Abderramán III se sentó junto a su amada diciéndole "Querida, admira la hermosura de esta ciudad, la imponente estampa de sus edificios y la belleza de las montañas de Sierra Morena".
Pero Azahara se mantuvo triste y seria. Pasarían los meses y ella palidecía de la pena, el Califa andaba apesadumbrado sin saber qué le ocurría a su amada. Así, que una mañana al salir el sol, el Califa se presentó en los aposentos de su favorita y cogiéndola de sus manos, se arrodilló ante ella y le preguntó: "Qué te ocurre amada mía, vives en un palacio maravilloso, en una ciudad hermosa, rodeada de todo lujo y toda la atención posibles ¿qué es lo que te tortura y te mantiene triste?", a lo que Azahara le contesto "Mi señor, añoro el palacio de Granada, y las vista de las blancas cumbres de Sierra Nevada, estas montañas son tan oscuras..."
Y sin decir una sola palabra, el Califa abandonó la habitación de Azahara y congregó a todos los agricultores del lugar. Inmediatamente, todos los hombres del campo se pusieron a trabajar bajo las órdenes del Califa y llenaron los campos de la ciudad de la plantación que su señor ordenó cultivar.
Al llegar la primavera, Abderramán III volvió a presentarse ante Azahara, pero esta vez la condujo al balcón de la habitación real con los ojos vendados y la colocó delante del gran ventanal desde el cual se divisaba el basto territorio de Medina Azahará, inmediatamente el Califa le quitó el vendaje, y Azahará abrió lentamente los ojos, al ver el paisaje que tenía ante ella, su cara se iluminó y esbozó una amplia y hermosa sonrisa, sus ojos se anegaron de lágrimas. Delante de ella todo el campo estaba pintado de blanco, los almendros que el Califa había mandado plantar mostraban ahora sus hermosas y perfumadas flores dando la impresión de que todo el territorio se encontraba nevado.
Abderramán ante la reacción de alegría y agradecimiento de Azahara, por toda respuesta dijo "Querida mía no podía traerte las cumbres nevadas de tu querida Sierra Nevada, y no puedo teñir de blanco Sierra Morena, pero el poder de mi amor es tan grande, que todos los años tendrás tu propio campo nevado de almendros para que no tengas que añorar la nieve que tanto amas". Entonces Azahara se volvió al Califa y sonriendo le dijo "muchas gracias, mi señor, jamás había admirado un espectáculo tan hermoso como el campo cubierto de almendros en flor".


Los valientes que allí no congregamos salimos caminando sin prisa pero sin pausa, abrigados hasta las orejas, pues la previsión del tiempo auguraba una jornada aunque despejada, de frío "siberiano", un frío de esos que solo se apaciguan sentados delante de la candela y tomando caldito caliente. Con esa previsión meteorológica nos pusimos el tiempo por montera y decidimos partir tranquilamente camino de las Viñas.






El arroz nos supo a gloria y el solecito que tomamos a la puerta también, con los estomagos llenos María Isabel Duarte quiso poner a prueba nuestras mentes preguntando palabras típicas del acervo ardaleño para hacer una especie de Diccionario de vocablos del lugar. Cada uno iba aportando cuanto le venía a la cabeza y a bote pronto las palabras que iban recordando como "rodilla", que es el trapo para limpiar el "pollo" o encimera, y un montón de palabras que fueron saliendo mientras comíamos y que supongo serán objeto de publicación prontamente en este mismo blog.









Fotos: Juan Duarte y Montserrat Perea.
Cronica: Montserrat Perea Díaz.
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