lunes, 31 de julio de 2023

                                   CRÓNICA DEL BAÑO EN EL CHARCO DE LA OLLA



El pasado 1 de julio fue mi tercera excursión con HARCA al Charco la

Olla. Como es habitual, nos reunimos en la Esquina de los Herreros y,

durante el camino, se unieron otras personas hasta completar un grupo de

quince caminantes con camino por andar.



Aunque nuestro objetivo continuaba, según comprobé más tarde, en su

lugar, sea por tratarse de una partida de andarines reducida, sea porque el

calor no castigaba tanto como en los días precedentes, el paseo se me hizo

corto, es más, también me pareció menguado a la vuelta. Comprobé que mi

calzado era normal y que no llevaba puestas las botas de siete leguas, noté

que empezaba a anochecer aproximadamente en la misma parte del

recorrido que en las ocasiones anteriores y era seguro que ni había tomado

alcohol ni ingerido, ni voluntaria ni accidentalmente, ninguna planta

alucinógena. Entonces intuí que mis percepciones espacio-temporales solo

podían tener una causa: la muy agradables compañía y conversación de las

que disfruté tanto a la ida como a la vuelta. Da igual quienes fueron mis

contertulios o los asuntos de los que hablamos, lo cierto es que viví uno de

esos ratos en los que parece desaparecer el tiempo porque son sensaciones

más plenas las que te envuelven.




El agua del charco estaba turbia, pero a casi todos nos dio igual. Lo que nos

hacía falta, su frescor, lo regalaba con generosidad. Casi todos los que nos

bañamos estuvimos a remojo hasta el momento de la merienda (o la cena,

que de ambas comidas podía tratarse; está bien, lo dejamos en merienda-

cena).    


                                                                                                                                                         Entonces ocurrió lo impensable: nos pusimos a cantar y se produjo el

milagro (hay grabación): no nos parecíamos al Orfeón Donostiarra, pero

mis muchos gallos, tantos que podría haber fundado una granja allí mismo,

bien pasaron desapercibidos arropados por las otras voces, bien los otros

excursionistas fueron tan piadosos que no me los recriminaron.





La nota exótica la puso una tortuga que emergió para acompañarnos o, más

bien lo segundo, a comer el pan que le echábamos. Me puse contento

porque creía que las tortugas no pueden vivir en aguas contaminadas, pero

después he sabido que esas tortugas en concreto, autóctona de España, sí

soporta la contaminación. Así que nos habíamos bañado en aguas turbias

de las que ignoramos su grado de pureza. Da igual: nadie enfermó.




Crónica Juan Manyel Bernal Berrocal

Fotos: Juan Duarte Berrocal

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