A la segunda fue la vencida. Aunque el tiempo parecía querer
fastidiarnos de nuevo, por fin pudimos
realizar la visita programada para el domingo anterior.
Nos
reunimos en la entrada junto a las dos columnas que sirven de pedestal a los
leones del imperio británico. Un camino en cuesta, bordeado de flores y macetas
nos llevó hasta las tapias recientemente restauradas del primitivo cementerio:
un rectángulo donde se encuentran los
primeros enterramientos, entre ellos el de Boyd, el aventurero romántico que
gastó todo su dinero en la aventura de Torrijos y que fue fusilado con él.
Inaugurado en 1831, esta parte del cementerio sirvió hasta
1860: se caracteriza por la extrema pobreza y sencillez de las tumbas,
simplemente adornadas con hileras de conchas.
A
continuación fuimos paseando por entre las sepulturas del segundo cementerio
que se extendió extramuros por las faldas de la montaña, nivel que corresponde
al resto del siglo XIX y las primeras décadas del XX. Entre ellas, algunos
mausoleos y obeliscos conmemorativos como los dedicados a los náufragos del
barco alemán hundido en la bahía de Málaga, o a un grupo de participantes en la segunda guerra mundial;
así mismo, destacan algunos monumentos recordatorios como el dedicado al cónsul
Willians Mark, fundador del cementerio y cuyo hijo ideó y llevó a término la
iglesia de San Jorge, de hermosa columnata y que pudimos ver abierta por la
celebración de los oficios dominicales. Algunas tumbas nos llamaron la atención
por su bella factura (la del ángel) y otras por su sencillez (la de la niña
Violeta) o por la singularidad del difunto (el hispanista Gerald Brenan, el
poeta Jorge Guillén y el benefactor de Torremolinos, conocido como “mister
peseta”).
La historia del cementerio inglés muestra la progresiva apertura
de ideas y la convivencia de creencias
religiosas porque en él se fueron enterrando protestantes no ingleses,
comerciantes del norte de Europa de cualquier religión, judíos y católicos.
Precisamente, la visita terminó en la zona del cementerio católico.
orresponde
al resto del siglo XIX y las primeras décadas del XX. Entre ellas, algunos
mausoleos y obeliscos conmemorativos como los dedicados a los náufragos del
barco alemán hundido en la bahía de Málaga, o a un grupo de participantes en la segunda guerra mundial;
así mismo, destacan algunos monumentos recordatorios como el dedicado al cónsul
Willians Mark, fundador del cementerio y cuyo hijo ideó y llevó a término la
iglesia de San Jorge, de hermosa columnata y que pudimos ver abierta por la
celebración de los oficios dominicales. Algunas tumbas nos llamaron la atención
por su bella factura (la del ángel) y otras por su sencillez (la de la niña
Violeta) o por la singularidad del difunto (el hispanista Gerald Brenan, el
poeta Jorge Guillén y el benefactor de Torremolinos, conocido como “mister
peseta”).
Para despedirnos se leyeron unos versos del poeta José Ángel
Aldana:
En un ángulo oculto
del bronco monte
los ingleses forjaron
fechas y nombres,
memorias olvidadas
en piedra o bronce.
Cementerio dormido
donde los hombres
del ayer nos seducen
con su hecatombe
placiente y derrotada,
en que recoge
la vida hoy su presente
de afirmaciones.
Tras la visita al Cementerio Inglés, Marisabel y Pepe nos dejaron para atender otras ocupaciones, y los 12 expedicionarios que quedamos,ávidos de empaparnos de cultura, nos adentramos en la jungla del Museo del Patrimonio de Málaga, donde nos deleitamos recorriendo sus salas. Pinturas, fotografías, esculturas, cerámicas, carteles de feria, bordados, libros antiguos y una exposición de muñecos de plastilina representando escenas y lugares de la historia de Málaga, abarcando todo el conjunto, las diversas manifestaciones del arte del pretérito y del más reciente.
Al salir del Museo, y con el hambre llamando a la puerta, aunque solo era la una y media, pero ya se sabe lo que pasa el primer día que cambian la hora , nos fuimos a los Jardines de Puerta Oscura, donde cómodamente sentados en sus bancos descansamos y saciamos el apetito en tan apacible marco.
Con las fuerzas recuperadas y reagrupada la tropa, nos dispusimos a asaltar la la Alcazaba, aunque para tal menester tuviéramos que hacer uso del ascensor. La fortaleza,una de las más inexpugnables de Al-andalús, fue levantada sobre los muros antiguos de fenicios y romanos. El 19 de agosto de 1487 fue tomada por las tropas cristianas de Isabel Y Fernando, los Reyes Católicos, tras un cerco que duró más de tres meses. Hubo un tiempo de total abandono hasta que en 1931 gracias al empeño de Juan Temboury se declaró monumento nacional, y se reconstruyó con la ayuda del arquitecto Guerrero Strachan, procediéndose a la demolición de las miseras casas que se habían levantado en su entorno. constituyendo un miserable barrio que carecía de luz, alcantarillado y agua. Nada que ver con el esplendor que tuvo cuando la construyó Badis ben Habús, rey bereber de taifas de Granada entre 1057 y 1063. Afortunadamente se recuperó para disfrute de malagueños y visitantes.
A la salida hicimos un breve descanso en el Teatro Romano para continuar degustando unos cafés calientes.
y el colofón a la jornada cultural fue la visita al Centro Pompidou, en donde admiramos las obras del arte más vanguardista. Inaugurado en marzo de este año, se ha convertido en un atractivo más de Málaga la bella. Independientemente de que pueda gustar más o menos en general todas las obras que se exponen no dejan indiferente, provocando sensaciones contrapuestas. Y así llegamos al fin de esta actividad de Harca, envueltos por la luz crepuscular del otoño recortándose sobre la silueta del castillo de Ardales de vuelta a nuestros hogares, ebrios de cultura y de serena amistad. Crónica II y fotos: Juan Duarte Berrocal.
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