Siguiendo la programación
cultural y viajera del otoño en Harca, el domingo 25, con una temperatura casi
veraniega, un nutrido número de socios quedamos citados en la fachada del
Ayuntamiento de la capital malagueña para iniciar una visita de altura.
Pero
en el espacio que va desde el Parque hasta la Plaza del Obispo el grupo se
dispersó tomando distintos caminos: a unos los llevó al interior de la
catedral, a otros al museo Revello de Toro, situado en la una casa del siglo XVII donde vivió el escultor
Pedro de Mena, con lo cual descubrimos otro lugar de interés para que lo
visitemos todos el año próximo.
Ya
en el obispado adquirimos las entradas para las bóvedas de la catedral. El guía
Antonio nos fue dando interesantes explicaciones sobre la construcción del
templo, dedicado a la Encarnación, sobre la antigua mezquita mayor de la ciudad
y en distintos momentos históricos, pese a lo cual mantiene una sólida unidad
que se la da la piedra. Nos desveló ciertas leyendas como la que sostiene que
no se acabó, por eso se le llama La Manquita, porque el dinero se desvió
hacia la Guerra de Independencia de los Estados Unidos de América, lo que es
cierto solo en parte, pues la razón principal radicó en la eliminación de un
impuesto especial con el que se había estado sufragando la obra.
Ascendimos
un tramo de escalera de piedra, que nos condujo a una primera terraza, desde
donde se podían contemplar los tejados más cercanos, y el interior del templo.
El
segundo tramo se hizo a través de la escalerilla de caracol de uno de los
cubillos del siglo XVI. Al final de más de 200 escalones alcanzamos una altura
aproximada de 50 metros y allí estaba nuestra meta: las bóvedas al aire libre,
pues la catedral carece de cubiertas. Es una obra magnífica, concienzudamente
restaurada para que no cale el agua de la lluvia y que nos recordó las figuras sinuosas de Gaudí.
La vista panorámica de la ciudad
es espectacular desde allí: el puerto y la Farola, las múltiples iglesias, la plaza del obispo,
las terrazas de los hoteles, los tejados y patios de la vida cotidiana
malagueña y por supuesto la torre del campanario catedralicio donde vimos
voltearse a las campanas y oímos el estruendo melodioso de sus sonidos.
Concluída la visita, callejeamos
por el casco histórico hasta el Museo del vidrio, una antigua casa de una
familia de clase media, convertida en posada en el siglo XX, su último uso, que
nos sorprendió por la cantidad y calidad de las piezas curiosas que alberga, el
mobiliario y las vidrieras, además del edificio en sí, otra joya desconocida
por muchos.
Llegada la hora del almuerzo, el
Parque volvió a ofrecer su sombra para reponer fuerzas y retomar a continuación
la última parte de nuestro viaje: el Museo ruso, albergado en el edificio de la
antigua Tabacalera. Cuadros distribuídos siguiendo la temática de las cuatro
estaciones que no nos dejaron indiferentes, piezas de alto valor artístico y
testimonial que se completaban con la exposición temporal dedicada a Cervantes.
Mª
Isabel Duarte Berrocal
Fotos: Juan Duarte Berrocal.
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